los verdaderos "disidentes" cubanos de otrora
Fragmentos de Un Libro Historico De Los Combatientes Anticastristas En Cuba (1960-1966)
por Enrique G. Encinosa
(cortesia del Sr. A. Luzarraga) 
EL ALZADO
Yo me alcé en el sesenta y uno, ante de la segunda limpia. Pa' ese 
entonce yo tenía dieciocho años y vivía en Manicaragua con los viejos 
míos. La milicia fue a velme varias veces pa' reclutarme, pero yo les di
 de la'o, por que yo no quería eso de comunismo. Entonce decidí que si 
iba a tener que fajarme, lo iba a hacer del la'o que me diera la gana y 
no obliga'o pol nadie. Pa' alsalme tenía que tener un hierro polque las 
guerrillas no querían a nadie que no estuviera arma'o.
Y
 me puse con suerte, compay. Mi tío me consiguió un Springfield viejo 
pero en buenas condiciones con ochenta balas. Me dijo que había sido de 
un guardia rural retira'o que vivía en Trinidá. El guardia estaba muy 
viejo pa' coger la loma, pero cuando tío le dijo que necesitaba un 
hierro pa' un alza'o. el guardia sacó el rifle de un escaparate y se lo 
dió. Y esa misma semana arranqué pa' la manigua. Tenía mi rifle bien 
engrasa'o, un cuchillo y una mochila vieja. En la mochila llevaba unas 
cuantas latas de comida v un trozo de nailon. El nailon era pa'dormil en
 el monte. Uno se envolvía en el nailon y con eso se tapaba de la lluvia
 y del frío.
La
 segunda limpia fue cabrona. Aquello, compay, era una bronca de león a 
mono amarra'o. A mí me han dicho que habían más de cien mil milicianos 
buscándonos. Yo no sé si eso es verdá, lo que sí te digo que aunque no 
tuve tiempo de contarlos, habían un burujón de miles. Habían veces que 
tiraban los peines proletarios y venían marchando uno al la'o del otro, 
hombro a hombro, cerrando el cerco. Una vez rompí un cerco de ésos 
encarama'o en un árbol. Estuve enguruña'o en la orqueta de un árbol sin 
moverme y me pasaron por abajo como sí ná'. Y desde allá arriba se veía 
bien aquel peine. Era una línea larga, azul y verde olivo. Ellos eran 
como ochocientos y nosotros éramos seis.
Los
 cercos eran triples y ellos venían peinando, mochando con fuego de 
ametralladoras y morteros. Y pa' salir de un cerco había dos maneras. 
Romper por arriba era salir fajao's a tiro limpio. Romper por abajo era 
esconderse y esperar a que no te vieran. Romper por arriba se hacía de 
noche. Nunca de día a no sel que empezaran a tirar el cerco y uno tenía 
que salir embala'o, antes de que el nudo se cerrara. Pero romper el 
cerco de día era una jodienda. Por la noche nos arrastrábamos de barriga
 hasta que estábamos tan celca de la primera línea que los sentíamos 
respirar, que los podíamos tocar con las puntas de los rifles. Entonces 
disparábamos y cruzábamos las líneas a to'o galope. Hubo veces que el 
nudo estaba tan apreta'o que ellos mismos se entraban a tiros tratando 
de agarrarnos.
Romper
 por abajo era difcil. Había que tener mucha calma, porque había cercos 
que duraban una semana. Y meterse en un aromal o una cueva por una 
semana era del carajo. Por el día hacía un calor que te cocinaba como a 
un plátano maduro, y por la noche un frío violento. Y los milicianos 
pasándome a dos metros. Yo estuve metí'o doce días en un aromal* y por 
la noche me arrastraba a un potrero a tomar agua de un charco.
Eso
 del agua era un problema bien serio. Yo tenía una cantimplora que le 
quité a un miliciano muerto y siempre trataba de tenerla llena. Pero 
cuando no había agua había que inventar. Nosotros usábamos unas cañitas 
de tallo de la hoja de la calabaza y de tisibi, que son huecas y largas,
 y con eso chupábamos agua de lluvia de las grietas en las piedras. Yo 
siempre llevaba varias cañítas en el bolsillo. Y cuando la cosa estaba 
dura de verdá', con la lengua chupábamos la humedá' que había en la 
parte de abajo de las ojas de malanga.
La
 comida a veces era dificil, y a veces no. Había mucho guajiro que nos 
ayudaban, pero cuando los fideli'tas empesaron a sacar familias del 
Escambray y mudarlas pa' Pinar del Río, la cosa se puso más dura. Aún 
así resolvíamos. Pasábamos por un platanal y arrancábamos un par de 
plátanos, y los metíamos en la mochila, y a los dos días estaban listos 
pa' comer, bien maduritos. Y la línea de suministros a veces nos hacía 
llegar unas cuantas latas de comida. Y comíamos jutías y coles, y 
malangas, y maíz de los sembradíos. Y mascábamos caña de azúcar. Cuando 
matábamos un ternero no podíamos cocinar con candela, porque los 
milicianos podían ver el humo desde la distancia. Los palos de guayaba 
blanca no botaban humo, pero a veces eran difíciles de conseguir. 
Entonces, lo que hacíamos era cortar trozos de carne y ponerlos arriba 
de una cama de piedras. Mojábamos la carne bien con naranja agria y jugo
 de limón, y lo tapábamos con hojas de yagrumas. El sol cocinaba la 
carne to'o el día, y así teníamos carne, pero había que comérsela 
rápido, porque en un par de días se ponía mala. Allá arriba siempre 
había hambre, pero el alza'o se acostumbra a vivir con el hambre.
La
 vida de alza'o era dura, bien dura, compay. Dormíamos en cañadas, en 
cuevas, en aromales. Nos pasábamos el día escondidos y nos movíamos de 
noche. Y nos movíamos rápido. Aunque parezca imposible, había noches que
 nos movíamos cuarenta o cincuenta kilómetros por monte grueso.
La
 primera vez que tiré una caminata de esas se me engarrotaron to's los 
músculos de las piernas. Pensé que me iba a morir, compay. Cuando se 
acabó la marcha me metí en un matorral y dormí once horas, y cuando me 
desperté, todavía me dolían to'os los músculos, to'o el cuerpo. Pero uno
 se acostumbra.
Lo
 que más trabajo me costó acostumbrarme fue a estar sucio. Allá arriba 
no hay jabón ni ná' por el estilo. El cuerpo se bañaba cuando se cruzaba
 un río o cuando llovía. Teníamos olor a campo, un olor que era como el 
palmiche, que no se iba ni a jodías. Era sudor podrío, cuero moja'o, 
mugre, grasa de rifles, pólvora, ropa ripiá', yerba húmeda y mierda de 
potrero. Y como olíamos a monte, ni los perros nos olían.
Lo
 peor de to' eran las heridas. Allá arriba no habían médicos, ni 
medicinas, ni ná'. Yo he visto curar heridas con crenolina de caballos, 
con alco'l, con yerbas y tabaco. He visto cerrar la grieta de una herida
 pasándole la punta de un machete caliente. No hay ná'que huela peor que
 la carne de un guajiro echa chicharrón.
A los tres meses de estar alza'o, cambié el rifle del guardia por un rifle checo M52, que también le decían R2. Fue en una finca cerca de Pico Tuerto. Matamos a tres milicianos en una emboscada cuando se acercaron a un pozo a tomar agua. El M52 tiene la bayoneta calada y el peine carga diez balas. Es un rifle un poco pesa'o, pero es buen arma.
A los tres meses de estar alza'o, cambié el rifle del guardia por un rifle checo M52, que también le decían R2. Fue en una finca cerca de Pico Tuerto. Matamos a tres milicianos en una emboscada cuando se acercaron a un pozo a tomar agua. El M52 tiene la bayoneta calada y el peine carga diez balas. Es un rifle un poco pesa'o, pero es buen arma.
Ese
 problema de las armas era algo bien serio. Los fdeli'tas estaban bien 
armaos y tenían millones de balas. En mi guerrilla éramos doce y 
teníamos lo que podíamos conseguir. Había una ametralladora Thompson, 
tres M52 checos, un Springfield, un Garand, una carabina San Cristóbal 
dominicana y un par de escopetas de cacería. Había tres hombres que no 
tenían armas largas, na' más que pistolas y cuchillos. Y de las balas ni
 decir. Yo nunca tuve más de diez peines para el M52, y había quien 
entró en combate con ocho o diez balas en su rifle. Así no se podía 
hacer mucho.
Pero
 nos fajamos duro. Quemamos camiones y edificios, y rompimos cercos y 
tiroteamos cuarteles y les costó trabajo jodernos. Cada vez que la 
milicia paraba a un guajiro le abrían la camisa pa' ver si tenía marcas 
de mochila en los hombros. Nosotros vivíamos con las mochilas colgando y
 eso dejaban unas marcas que duraban meses en la piel.
En
 el sesenta y tres, cuando ya llevaba dos años alza'o, me hirieron 
rompiendo un cerco. La herida, un balazo de metralleta en el muslo, se 
infestó, y casi me quedo sin pierna. Me escondieron en una finca cerca 
de Báez, y de allí me llevaron en un camión de viandas a otra finca 
cerca de la playa de Varadero. Un médico me atendió clandestino hasta 
que me curé, lo cual tomó casi cuatro meses. Me quede un poco cojo y me 
di cuenta que para mí, con la pierna así, no había regreso a la loma. 
Entonces me puse a buscar la manera de irme pa' los Estados Unidos, y me
 tomó cuatro semanas hacer los arreglos, pero salió bien. Un pescador me
 sacó a mí y a cuatro alzaos más en un camaronero. En cuatro días 
llegamos a Miami. Yo fui uno de los que tuvo suerte, compay, salí cojo 
pero vivo. Hubieron muchos que cumplieron un seremil de años en el 
presidio. Hubieron muchos otros que dejaron sus huesos allá arriba, y 
ahora están enterraos en fosas comunes, tos juntos. Nos jodieron, 
compay. Pero mal armaos, sucios y sin comida, dimos linga dura. Sí, 
compay, bien dura fue nuestra linga.
 
*Aromal: conjunto de zarzas en particular marabú arbusto muy espinoso que cierra y hace casi impenetrable la entrada excepto para un alzado.
*Aromal: conjunto de zarzas en particular marabú arbusto muy espinoso que cierra y hace casi impenetrable la entrada excepto para un alzado.
LA NIÑA DEL ESCAMBRAY
Zoila Aguila Almeida
Miami Beach, 1987. 
La
 puerta de la casa de huéspedes en South Beach estaba cerrada. Golpeamos
 en el cristal con los nudillos. Por una ventana en el segundo piso un 
hombre se asomó, mirando hacia nuestro grupo, a los cuatro visitantes. 
¿Qué desean? 
-Venimos a ver a La Niña del Eecambray. 
-La Niña, - nos dijo el hombre, -está muy traumatizada. Ella no acepta visitas. 
Dígale,
 le respondí, que Reina Carolina, Polita Grau y su hermano, Ramón, han 
venido a visitarla. Estas dos mujeres estuvieron plantadas con La Niña 
en Guanajay y en Guanabacoa. 
Momentos después la puerta se abrió. Varios hombres se congregaron en el pasillo. Tres eran ex-presos políticos. 
-Es la última puerta al final del pasillo en el segundo piso, nos dijo uno, ---pero La Niña es muy renuente a aceptar visitas. 
Detrás de la puerta blanca con el número diecisiete torcido, vive Zoila Aguila Almeida, La Niña de Placetas, la veterana guerrillera del Escambray. 
Para
 mí era un momento emocionante. Desde niño había escuchado cuentos sobre
 una joven muchacha de Placetas que fue jefa de un grupo de alzados en 
Las Villas, enfrentándose en combate a las milicias castristas. Siempre 
la había considerado una figura legendaria, pero nunca había visto 
siquiera una foto de ella. Ahora, por fin, la iba a conocer y la imagen 
nebulosa se podría convertir en un ser humano, de carne y hueso. 
En
 1960, en los penachos de la Sierra del Escambray, grupos de insurgentes
 mal armados combatían contra el sistema castrista. En esos primeros 
meses de rebelión, Zoila Aguila se marchó a la manigua con su esposo, un
 electricista de Remedios llamado Manolo Munso La Guardia. El llevaba 
una carabina San Cristóbal con seis peines, y ella, un revólver con unas
 cuantas balas. 
En
 el Escambray, donde Zoila ya había combatido una vez antes, contra 
Batista, creció día a día la leyenda de la mujer guerrillera. Mochila al
 hombro, carabina M1 en mano, La Niña combatió a la milicia bajo las 
órdenes de Osvaldo Ramírez, Tomasito San Gil, y .Julio Emilio Carretero.
 Durmió en las laderas de los montes, pasó hambre y sed, y a tiro limpio
 rompió los triple cercos de las milicias castristas. En la manigua 
parió dos hijas, y ambas murieron en sus brazos de hambre y sed. Para 
1963, Zoila era jefa de una guerrilla de doce hombres, veterana de 
centenares de escaramuzas en los montes villareños. Hay una anécdota que
 bien describe la sangre fría de la joven guerrillera. contada por uno 
de los sobrevivientes de la gesta heróica. Rodeados en un triple cerco, 
los hombres de Carretero se desbandaron, intentando cruzar las líneas 
castristas sin ser detectados. Uno a uno, los aliados fueron cruzando el
 cerco, reuniéndose después todos a la orilla de un riachuelo. Carretero
 contó cabezas. Faltaban dos. Manolo y Zoila. La preocupación aumentó 
cuando se empezaron a escuchar disparos en la distancia. Carretero, que 
tenía buen oído para las balas, pudo discernir, entre los disparos de 
metralletas y rifles checos, el martilleo del Garand de Manolo y el M1 
de La Niña. Los alzados comenzaron a correr hacia el sonido de los 
disparos para socorrer a la pareja. El M1 enmudeció de súbito. Solo se 
escuchaba el cantar del Garand, el chasquido seco del rifle y el 
tableteo de las metralletas. Carretero gritó una maldición, pensando que
 Zoila había caído en el combate y solo Manolo quedaba combatiendo. Al 
atacar a la milicia en un cruce de fuego y dispersarlos, los alzados 
quedaron sorprendidos. Acostado en un matorral, con una herida en el 
hombro se encontraba Manolo Munso. A su lado, con un Garand humeante en 
las manos, Zoila Aguila se batía sola contra un pelotón de milicia. 
En
 marzo de 1964, después de casi cuatro años alzados en el Escambray, Lar
 Niña y Manolo fueron capturados, traicionados por Alberto Delgado, El 
Hombre de Maisinicu, un oficial de Seguridad del Estado que tendió una 
trampa a las guerrillas de Emilio Carretero. Delgado murió ahorcado de 
una guásima, pero antes de caer traicionó a más de treinta guerrilleros y
 a numerosos colaboradores, incluyendo miembros de su propia familia. 
En
 Villa Marista, las oficinas de Seguridad del Estado, Zoila y Manolo 
fueron separados. Por un tiempo se podían hablar a gritos de celda a 
celda, pero después a Manolo lo cambiaron de celda, para que ni a gritos
 lanzados por pasillos se pudieran consolar. A La Niña la encerraron en 
el Príncipe Negro, un cuarto tapiado subterráneo, donde sólo las ratas 
la acompañaban. 
Después
 vino el juicio. La Niña y dieciocho alzados recibieron condenas de 
treinta años de encarcelamiento. Doce guerrilleros fueron fusilados. 
Manolo Munso La Guardia murió en los fosos de la prisión de la Cabaña, 
el anochecer del 22 de junio de 1964. mientras cantaba, junto a sus 
hermanos de lucha, el Himno Nacional de Cuba. 
La
 Niña fue llevada al presidio político de las mujeres. En Guanabacoa, 
Guanajay, y la hipócritamente llamada Finca Nuevo Amanecer, Zoila 
continuó la lucha aún tras las rejas. Presa plantada, se negó a 
doblegarse. Guardias armados con tubos de manguera la golpearon. Fue 
tapiada en cuartos oscuros, sin luz y comida. Quemó colchones y fue 
enviada a celdas de castigo. 
Rompieron
 su mente, pero no su espíritu. La locura se apoderó de Zoila, pero ella
 aún demente, se negó a rehabilitarse. Era mucho el sufrimiento. Dos 
hijas muertas. Manolo fusilado. Carretero enterrado junto a Manolo en 
una fosa común. Meses en celdas de castigo. Torturas. Golpizas. Hambre. 
La volvieron loca pero no lograron doblegarla. 
En
 la cárcel de mujeres, sentada en su camastro, se pasaba horas envuelta 
en trapos, vestida como una leprosa, sin hablar. Cuando se le permitía 
salir al patio, se encaramaba en las matas, donde se pasaba largo rato, 
la vista perdida en un horizonte lejano. 
Después de cumplir más de la mitad de su condena, llegó a Miami, una de las últimas presas en salir de Cuba. 
Tocamos
 suavemente con los nudillos en la puerta blanca. La sentimos moviéndose
 en el cuarto, pero no respondió. Tocamos por segunda vez. 
La
 puerta se abrió lentamente, solo una rendija. Media cara se asomó al 
pasillo. Pelo azabache, cutis liso, sin arrugas. Voz de timbre claro. 
La
 visita duró veinte minutos. La Niña no nos permitió entrar al cuarto, 
ni abrió la puerta completamente. Conversó un poco con Pola y Reina 
Carolina, las amigas del presidio, ignorándonos a Ramón Grau y a mí. 
Polita le llevaba unos regalos, una botella de perfume y unos abrigos, 
pero la guerrillera no los aceptó. 
-Les
 habló mucho nos dijo el dueño de la casa de huéspedes, -Ella vive 
encerrada en el cuarto. Sale una vez al día v se sienta un par de horas 
en el portal, pero habla poco, y rara vez acepta visitas. ¿De qué 
vive?-- le pregunté. 
-De
 la ayuda social, y costó trabajo obtenerla. La Niña se negaba a ir a 
las oficinas del gobierno. Tuvimos que traer a un médico al edificio 
para que la entrevistara en el pasillo y le diera la certificación 
médica. Es un caso incurable. 
No nos aceptó los regalos. 
No----dijo
 el hombre, ---ella se ofende si alguien le ofrece ayuda. Nosotros 
hacemos lo que podemos por ella, pero es difícil ayudarla. 
Esa
 noche me costó trabajo dormir. La imagen de aquel rostro tras la puerta
 blanca quedó grabada en mi memoria. En sus ojos oscuros me he asomado 
al dolor infinito de mi pueblo. 



