Sociedad Jose Marti

lunes, mayo 06, 2013

los verdaderos "disidentes" cubanos de otrora

Fragmentos de Un Libro Historico De Los Combatientes Anticastristas En Cuba (1960-1966)
por Enrique G. Encinosa
(cortesia del Sr. A. Luzarraga)

EL ALZADO
Yo me alcé en el sesenta y uno, ante de la segunda limpia. Pa' ese entonce yo tenía dieciocho años y vivía en Manicaragua con los viejos míos. La milicia fue a velme varias veces pa' reclutarme, pero yo les di de la'o, por que yo no quería eso de comunismo. Entonce decidí que si iba a tener que fajarme, lo iba a hacer del la'o que me diera la gana y no obliga'o pol nadie. Pa' alsalme tenía que tener un hierro polque las guerrillas no querían a nadie que no estuviera arma'o.
Y me puse con suerte, compay. Mi tío me consiguió un Springfield viejo pero en buenas condiciones con ochenta balas. Me dijo que había sido de un guardia rural retira'o que vivía en Trinidá. El guardia estaba muy viejo pa' coger la loma, pero cuando tío le dijo que necesitaba un hierro pa' un alza'o. el guardia sacó el rifle de un escaparate y se lo dió. Y esa misma semana arranqué pa' la manigua. Tenía mi rifle bien engrasa'o, un cuchillo y una mochila vieja. En la mochila llevaba unas cuantas latas de comida v un trozo de nailon. El nailon era pa'dormil en el monte. Uno se envolvía en el nailon y con eso se tapaba de la lluvia y del frío.
La segunda limpia fue cabrona. Aquello, compay, era una bronca de león a mono amarra'o. A mí me han dicho que habían más de cien mil milicianos buscándonos. Yo no sé si eso es verdá, lo que sí te digo que aunque no tuve tiempo de contarlos, habían un burujón de miles. Habían veces que tiraban los peines proletarios y venían marchando uno al la'o del otro, hombro a hombro, cerrando el cerco. Una vez rompí un cerco de ésos encarama'o en un árbol. Estuve enguruña'o en la orqueta de un árbol sin moverme y me pasaron por abajo como sí ná'. Y desde allá arriba se veía bien aquel peine. Era una línea larga, azul y verde olivo. Ellos eran como ochocientos y nosotros éramos seis.
Los cercos eran triples y ellos venían peinando, mochando con fuego de ametralladoras y morteros. Y pa' salir de un cerco había dos maneras. Romper por arriba era salir fajao's a tiro limpio. Romper por abajo era esconderse y esperar a que no te vieran. Romper por arriba se hacía de noche. Nunca de día a no sel que empezaran a tirar el cerco y uno tenía que salir embala'o, antes de que el nudo se cerrara. Pero romper el cerco de día era una jodienda. Por la noche nos arrastrábamos de barriga hasta que estábamos tan celca de la primera línea que los sentíamos respirar, que los podíamos tocar con las puntas de los rifles. Entonces disparábamos y cruzábamos las líneas a to'o galope. Hubo veces que el nudo estaba tan apreta'o que ellos mismos se entraban a tiros tratando de agarrarnos.
Romper por abajo era difcil. Había que tener mucha calma, porque había cercos que duraban una semana. Y meterse en un aromal o una cueva por una semana era del carajo. Por el día hacía un calor que te cocinaba como a un plátano maduro, y por la noche un frío violento. Y los milicianos pasándome a dos metros. Yo estuve metí'o doce días en un aromal* y por la noche me arrastraba a un potrero a tomar agua de un charco.
Eso del agua era un problema bien serio. Yo tenía una cantimplora que le quité a un miliciano muerto y siempre trataba de tenerla llena. Pero cuando no había agua había que inventar. Nosotros usábamos unas cañitas de tallo de la hoja de la calabaza y de tisibi, que son huecas y largas, y con eso chupábamos agua de lluvia de las grietas en las piedras. Yo siempre llevaba varias cañítas en el bolsillo. Y cuando la cosa estaba dura de verdá', con la lengua chupábamos la humedá' que había en la parte de abajo de las ojas de malanga.
La comida a veces era dificil, y a veces no. Había mucho guajiro que nos ayudaban, pero cuando los fideli'tas empesaron a sacar familias del Escambray y mudarlas pa' Pinar del Río, la cosa se puso más dura. Aún así resolvíamos. Pasábamos por un platanal y arrancábamos un par de plátanos, y los metíamos en la mochila, y a los dos días estaban listos pa' comer, bien maduritos. Y la línea de suministros a veces nos hacía llegar unas cuantas latas de comida. Y comíamos jutías y coles, y malangas, y maíz de los sembradíos. Y mascábamos caña de azúcar. Cuando matábamos un ternero no podíamos cocinar con candela, porque los milicianos podían ver el humo desde la distancia. Los palos de guayaba blanca no botaban humo, pero a veces eran difíciles de conseguir. Entonces, lo que hacíamos era cortar trozos de carne y ponerlos arriba de una cama de piedras. Mojábamos la carne bien con naranja agria y jugo de limón, y lo tapábamos con hojas de yagrumas. El sol cocinaba la carne to'o el día, y así teníamos carne, pero había que comérsela rápido, porque en un par de días se ponía mala. Allá arriba siempre había hambre, pero el alza'o se acostumbra a vivir con el hambre.
La vida de alza'o era dura, bien dura, compay. Dormíamos en cañadas, en cuevas, en aromales. Nos pasábamos el día escondidos y nos movíamos de noche. Y nos movíamos rápido. Aunque parezca imposible, había noches que nos movíamos cuarenta o cincuenta kilómetros por monte grueso.
La primera vez que tiré una caminata de esas se me engarrotaron to's los músculos de las piernas. Pensé que me iba a morir, compay. Cuando se acabó la marcha me metí en un matorral y dormí once horas, y cuando me desperté, todavía me dolían to'os los músculos, to'o el cuerpo. Pero uno se acostumbra.
Lo que más trabajo me costó acostumbrarme fue a estar sucio. Allá arriba no hay jabón ni ná' por el estilo. El cuerpo se bañaba cuando se cruzaba un río o cuando llovía. Teníamos olor a campo, un olor que era como el palmiche, que no se iba ni a jodías. Era sudor podrío, cuero moja'o, mugre, grasa de rifles, pólvora, ropa ripiá', yerba húmeda y mierda de potrero. Y como olíamos a monte, ni los perros nos olían.
Lo peor de to' eran las heridas. Allá arriba no habían médicos, ni medicinas, ni ná'. Yo he visto curar heridas con crenolina de caballos, con alco'l, con yerbas y tabaco. He visto cerrar la grieta de una herida pasándole la punta de un machete caliente. No hay ná'que huela peor que la carne de un guajiro echa chicharrón.
A los tres meses de estar alza'o, cambié el rifle del guardia por un rifle checo M52, que también le decían R2. Fue en una finca cerca de Pico Tuerto. Matamos a tres milicianos en una emboscada cuando se acercaron a un pozo a tomar agua. El M52 tiene la bayoneta calada y el peine carga diez balas. Es un rifle un poco pesa'o, pero es buen arma.
Ese problema de las armas era algo bien serio. Los fdeli'tas estaban bien armaos y tenían millones de balas. En mi guerrilla éramos doce y teníamos lo que podíamos conseguir. Había una ametralladora Thompson, tres M52 checos, un Springfield, un Garand, una carabina San Cristóbal dominicana y un par de escopetas de cacería. Había tres hombres que no tenían armas largas, na' más que pistolas y cuchillos. Y de las balas ni decir. Yo nunca tuve más de diez peines para el M52, y había quien entró en combate con ocho o diez balas en su rifle. Así no se podía hacer mucho.
Pero nos fajamos duro. Quemamos camiones y edificios, y rompimos cercos y tiroteamos cuarteles y les costó trabajo jodernos. Cada vez que la milicia paraba a un guajiro le abrían la camisa pa' ver si tenía marcas de mochila en los hombros. Nosotros vivíamos con las mochilas colgando y eso dejaban unas marcas que duraban meses en la piel.
En el sesenta y tres, cuando ya llevaba dos años alza'o, me hirieron rompiendo un cerco. La herida, un balazo de metralleta en el muslo, se infestó, y casi me quedo sin pierna. Me escondieron en una finca cerca de Báez, y de allí me llevaron en un camión de viandas a otra finca cerca de la playa de Varadero. Un médico me atendió clandestino hasta que me curé, lo cual tomó casi cuatro meses. Me quede un poco cojo y me di cuenta que para mí, con la pierna así, no había regreso a la loma. Entonces me puse a buscar la manera de irme pa' los Estados Unidos, y me tomó cuatro semanas hacer los arreglos, pero salió bien. Un pescador me sacó a mí y a cuatro alzaos más en un camaronero. En cuatro días llegamos a Miami. Yo fui uno de los que tuvo suerte, compay, salí cojo pero vivo. Hubieron muchos que cumplieron un seremil de años en el presidio. Hubieron muchos otros que dejaron sus huesos allá arriba, y ahora están enterraos en fosas comunes, tos juntos. Nos jodieron, compay. Pero mal armaos, sucios y sin comida, dimos linga dura. Sí, compay, bien dura fue nuestra linga.
 
  
*Aromal: conjunto de zarzas en particular marabú arbusto muy espinoso que cierra y hace casi impenetrable la entrada excepto para un alzado.
LA NIÑA DEL ESCAMBRAY
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Zoila Aguila Almeida
Miami Beach, 1987.
La puerta de la casa de huéspedes en South Beach estaba cerrada. Golpeamos en el cristal con los nudillos. Por una ventana en el segundo piso un hombre se asomó, mirando hacia nuestro grupo, a los cuatro visitantes.
¿Qué desean?
-Venimos a ver a La Niña del Eecambray.
-La Niña, - nos dijo el hombre, -está muy traumatizada. Ella no acepta visitas.
Dígale, le respondí, que Reina Carolina, Polita Grau y su hermano, Ramón, han venido a visitarla. Estas dos mujeres estuvieron plantadas con La Niña en Guanajay y en Guanabacoa.
Momentos después la puerta se abrió. Varios hombres se congregaron en el pasillo. Tres eran ex-presos políticos.
-Es la última puerta al final del pasillo en el segundo piso, nos dijo uno, ---pero La Niña es muy renuente a aceptar visitas.
Detrás de la puerta blanca con el número diecisiete torcido, vive Zoila Aguila Almeida, La Niña de Placetas, la veterana guerrillera del Escambray.
Para mí era un momento emocionante. Desde niño había escuchado cuentos sobre una joven muchacha de Placetas que fue jefa de un grupo de alzados en Las Villas, enfrentándose en combate a las milicias castristas. Siempre la había considerado una figura legendaria, pero nunca había visto siquiera una foto de ella. Ahora, por fin, la iba a conocer y la imagen nebulosa se podría convertir en un ser humano, de carne y hueso.
En 1960, en los penachos de la Sierra del Escambray, grupos de insurgentes mal armados combatían contra el sistema castrista. En esos primeros meses de rebelión, Zoila Aguila se marchó a la manigua con su esposo, un electricista de Remedios llamado Manolo Munso La Guardia. El llevaba una carabina San Cristóbal con seis peines, y ella, un revólver con unas cuantas balas.
En el Escambray, donde Zoila ya había combatido una vez antes, contra Batista, creció día a día la leyenda de la mujer guerrillera. Mochila al hombro, carabina M1 en mano, La Niña combatió a la milicia bajo las órdenes de Osvaldo Ramírez, Tomasito San Gil, y .Julio Emilio Carretero. Durmió en las laderas de los montes, pasó hambre y sed, y a tiro limpio rompió los triple cercos de las milicias castristas. En la manigua parió dos hijas, y ambas murieron en sus brazos de hambre y sed. Para 1963, Zoila era jefa de una guerrilla de doce hombres, veterana de centenares de escaramuzas en los montes villareños. Hay una anécdota que bien describe la sangre fría de la joven guerrillera. contada por uno de los sobrevivientes de la gesta heróica. Rodeados en un triple cerco, los hombres de Carretero se desbandaron, intentando cruzar las líneas castristas sin ser detectados. Uno a uno, los aliados fueron cruzando el cerco, reuniéndose después todos a la orilla de un riachuelo. Carretero contó cabezas. Faltaban dos. Manolo y Zoila. La preocupación aumentó cuando se empezaron a escuchar disparos en la distancia. Carretero, que tenía buen oído para las balas, pudo discernir, entre los disparos de metralletas y rifles checos, el martilleo del Garand de Manolo y el M1 de La Niña. Los alzados comenzaron a correr hacia el sonido de los disparos para socorrer a la pareja. El M1 enmudeció de súbito. Solo se escuchaba el cantar del Garand, el chasquido seco del rifle y el tableteo de las metralletas. Carretero gritó una maldición, pensando que Zoila había caído en el combate y solo Manolo quedaba combatiendo. Al atacar a la milicia en un cruce de fuego y dispersarlos, los alzados quedaron sorprendidos. Acostado en un matorral, con una herida en el hombro se encontraba Manolo Munso. A su lado, con un Garand humeante en las manos, Zoila Aguila se batía sola contra un pelotón de milicia.
En marzo de 1964, después de casi cuatro años alzados en el Escambray, Lar Niña y Manolo fueron capturados, traicionados por Alberto Delgado, El Hombre de Maisinicu, un oficial de Seguridad del Estado que tendió una trampa a las guerrillas de Emilio Carretero. Delgado murió ahorcado de una guásima, pero antes de caer traicionó a más de treinta guerrilleros y a numerosos colaboradores, incluyendo miembros de su propia familia.
En Villa Marista, las oficinas de Seguridad del Estado, Zoila y Manolo fueron separados. Por un tiempo se podían hablar a gritos de celda a celda, pero después a Manolo lo cambiaron de celda, para que ni a gritos lanzados por pasillos se pudieran consolar. A La Niña la encerraron en el Príncipe Negro, un cuarto tapiado subterráneo, donde sólo las ratas la acompañaban.
Después vino el juicio. La Niña y dieciocho alzados recibieron condenas de treinta años de encarcelamiento. Doce guerrilleros fueron fusilados. Manolo Munso La Guardia murió en los fosos de la prisión de la Cabaña, el anochecer del 22 de junio de 1964. mientras cantaba, junto a sus hermanos de lucha, el Himno Nacional de Cuba.
La Niña fue llevada al presidio político de las mujeres. En Guanabacoa, Guanajay, y la hipócritamente llamada Finca Nuevo Amanecer, Zoila continuó la lucha aún tras las rejas. Presa plantada, se negó a doblegarse. Guardias armados con tubos de manguera la golpearon. Fue tapiada en cuartos oscuros, sin luz y comida. Quemó colchones y fue enviada a celdas de castigo.
Rompieron su mente, pero no su espíritu. La locura se apoderó de Zoila, pero ella aún demente, se negó a rehabilitarse. Era mucho el sufrimiento. Dos hijas muertas. Manolo fusilado. Carretero enterrado junto a Manolo en una fosa común. Meses en celdas de castigo. Torturas. Golpizas. Hambre. La volvieron loca pero no lograron doblegarla.
En la cárcel de mujeres, sentada en su camastro, se pasaba horas envuelta en trapos, vestida como una leprosa, sin hablar. Cuando se le permitía salir al patio, se encaramaba en las matas, donde se pasaba largo rato, la vista perdida en un horizonte lejano.
Después de cumplir más de la mitad de su condena, llegó a Miami, una de las últimas presas en salir de Cuba.
Tocamos suavemente con los nudillos en la puerta blanca. La sentimos moviéndose en el cuarto, pero no respondió. Tocamos por segunda vez.
La puerta se abrió lentamente, solo una rendija. Media cara se asomó al pasillo. Pelo azabache, cutis liso, sin arrugas. Voz de timbre claro.
La visita duró veinte minutos. La Niña no nos permitió entrar al cuarto, ni abrió la puerta completamente. Conversó un poco con Pola y Reina Carolina, las amigas del presidio, ignorándonos a Ramón Grau y a mí. Polita le llevaba unos regalos, una botella de perfume y unos abrigos, pero la guerrillera no los aceptó.
-Les habló mucho nos dijo el dueño de la casa de huéspedes, -Ella vive encerrada en el cuarto. Sale una vez al día v se sienta un par de horas en el portal, pero habla poco, y rara vez acepta visitas. ¿De qué vive?-- le pregunté.
-De la ayuda social, y costó trabajo obtenerla. La Niña se negaba a ir a las oficinas del gobierno. Tuvimos que traer a un médico al edificio para que la entrevistara en el pasillo y le diera la certificación médica. Es un caso incurable.
No nos aceptó los regalos.
No----dijo el hombre, ---ella se ofende si alguien le ofrece ayuda. Nosotros hacemos lo que podemos por ella, pero es difícil ayudarla.
Esa noche me costó trabajo dormir. La imagen de aquel rostro tras la puerta blanca quedó grabada en mi memoria. En sus ojos oscuros me he asomado al dolor infinito de mi pueblo.